Reconozco que tuve el privilegio de ser una niña estimulada. Mi madre ha cumplido un rol fundamental en mi desarrollo intelectual y creo que sin ese apoyo, no sería quien soy actualmente, al menos no a nivel integral. Desde enciclopedias que venían en la compra del periódico, hasta la libertad para explorar la naturaleza a mi alrededor, en el patio de la casa, tuve muchas oportunidades para actuar en mi interés por entender mi entorno.
Con el paso del tiempo, sin embargo, mi seguridad en cuanto a mis capacidades fue disminuyendo, en un sistema educativo que tiende a priorizar e idolizar las ciencias y matemáticas, por sobre las humanidades y el arte.
Si bien las ciencias me encantaban, mis habilidades innatas iban más cerca del arte y las lenguas. Y eso, más la constante retórica de “los científicos son más inteligentes” o “los de artes son unos perezosos“, disminuyeron mi determinación frente a perseguir un futuro en ciencias y tecnología.
Por eso, no es de extrañar que, cuando llegó el momento de escoger mi carrera profesional, decidí estudiar Diseño Industrial, un área que combinaba mi fascinación por crear, armar, desarmar y entender cómo funcionan los objetos y su uso por parte de las personas.
Pero si hubiera podido escoger una carrera sin miedo a fallar, Astronomía, Arqueología, Zoología y Biotecnología hubiesen sido opciones más probables. Entre el Síndrome del impostor y las inseguridades que desarrollamos en la adolescencia, pensé que jamás podría entrar a STEM.
Apenas salí de la universidad, encontré trabajo en una pequeña empresa en Santiago de Chile, así que dejé la casa de mis padres para ir a vivir a la capital, más cerca de mi oficina. Y desafortunadamente, mi primera experiencia no fue la mejor, por lo que decidí renunciar.
Por un tiempo estuve postulando a puestos de Diseñadora Industrial, sin éxito. No voy a mentir: aún cesante y en busca de trabajo, tenía muy claro lo que quería y, por lo mismo, las oportunidades de trabajo disminuían, porque no cumplían con mis propios requisitos y estándares.
Un día, mi novio -que es Ingeniero Informático- me hizo una pregunta que cambiaría el rumbo de mi carrera para siempre: “¿No has pensado en ser UX?”. Puede sonar como una pregunta cualquiera, pero de no haberlo considerado, no estaría hoy escribiendo este post.
Encontré a Laboratoria gracias a la recomendación de una egresada, actualmente Thoughtworker. Ahora, ¿Qué es exactamente Laboratoria? En palabras simples, es un bootcamp de seis meses que ofrece capacitaciones a personas que se identifiquen como mujeres, para ingresar a carreras en tecnología, con o sin experiencia previa. Me puse a leer testimonios de mujeres que habían pasado por Laboratoria y honestamente me parecía demasiado bueno para ser verdad. Soy una persona escéptica, y muy crítica. Postulé de todas maneras, era mi oportunidad para entrar a tecnología.
El proceso fue largo, pero disfruté el camino desde el inicio. Siento que, a pesar de no tener los conocimientos técnicos de una UX, sí tenía buenas bases gracias a mi carrera, además de las habilidades blandas adquiridas durante mi desarrollo.
En Laboratoria experimenté un crecimiento mayor a lo que esperaba, no solo profesional sino a nivel personal e incluso emocional. Por experiencias en mi época de estudiante, tenía una relación compleja con otras mujeres, viniendo de ambientes educativos donde la sororidad no era algo común. Laboratoria cambió por completo esa sensación y me ayudó a sanar la relación que tenía con mis congéneres.
Tuve la oportunidad de conocer a mujeres que venían de diferentes lugares, distintos niveles de privilegio, algunas de contextos mucho más precarizados, y que hoy están trabajando en tecnología gracias a esta iniciativa.
Construí relaciones que mantengo hasta el día de hoy, en un ambiente donde no solo somos compañeras, sino que nos potenciamos y levantamos unas a las otras.
Una vez que egresé y comencé a pasar las etapas de las entrevistas laborales sin problemas, me di cuenta de lo bien preparada que estaba. Laboratoria suena muy buena para ser cierta, pero lo es. Es un espacio que cambió el rumbo de mi carrera y de mi vida. Me entregó herramientas que no noté hasta comenzar a aplicarlas naturalmente, entré a Thoughtworks, que era mi meta cuando decidí cambiar de carrera, y finalmente me di cuenta de que sí es posible disfrutar mi trabajo, y sentir que estoy haciendo una diferencia día a día.
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