Imagina que tienes 24 años. Tras terminar la secundaria en el colegio público de tu barrio, llegaron a ofrecerte ingreso fácil a una universidad de la zona. No conocías bien las carreras y nadie en tu familia podía darte demasiada guía, pero con la inmensa ilusión de tener una hija profesional, tus padres te prometieron ayudar a pagar la mensualidad. Poca gente conocía esa universidad, pero en su publicidad prometía las mejores instalaciones.
Con la llegada de la pandemia, llegó también la pérdida del trabajo de tu mamá en un restaurante y tuviste que abandonar los estudios. Algún día los retomaré, pensaste. Pero han pasado ya más de dos años y no engañas a nadie, ese plan es un sueño cada vez más lejano. Buscas trabajo en línea, aunque es difícil saber qué tienes para ofrecer. Tu primo te ayudó a armar un CV, pero ya has enviado cientos y empiezas a perder la esperanza de que alguien te responda. Entre tanto, te has cachueleado en cuanto has podido. Vendes en la bodega de tus tíos, ofreces productos de belleza por catálogo, y hasta estuviste un tiempo atendiendo en un call center. Este último fue el único trabajo que te puso en planilla, pero te tomaba tanto tiempo llegar en tres micros distintos, que finalmente tuviste que abandonarlo.
Ya pasaron siete años desde que terminaste el colegio. Algunas de tus compañeras ya son madres y abandonaron los estudios. Otras han logrado terminar una carrera pero sorprendentemente, a pesar de eso, la gran mayoría está igual que tú: con trabajos temporales, que llegan y van, ingresos que con las justas cubren su almuerzo y algún pasaje. A veces sientes que se te empieza a pasar el tiempo. Guardas todavía un vago recuerdo de soñar con trabajar como profesional en algún lugar importante; de poder ayudar a tu familia algún día. A pesar de no ver salida a tu situación hoy, te aferras a ese sueño. ¿Será aún posible?.
Este Día Internacional del Trabajo le debemos, a jóvenes como la de esta historia, una disculpa y una promesa de volver a intentarlo. Un sistema educativo precario, un marco legal inflexible que termina promoviendo la informalidad, y una continua crisis política que frena nuestro desarrollo, son algunas de las razones que hacen que hoy la gran mayoría de jóvenes tenga poco que conmemorar.
Según el último informe de la Secretaría Nacional de la Juventud (Senaju), el 81,4% de nuestros 7,8 millones de jóvenes trabaja en la informalidad, incluso entre aquellos con educación superior, las tasas de informalidad superan el 60%. Esto implica peores condiciones laborales, pero además limita la construcción del capital humano.
El trabajo debería ser un lugar para acumular nuevas competencias y habilidades que permitan el crecimiento profesional de los jóvenes, pero cuando el empleo es precario, esto no sucede. Desaprovechamos el talento de las personas de quienes depende nuestro futuro.
¿Qué salida hay, más aún considerando las profundas limitaciones del presente Gobierno? Pienso que la economía digital es una luz de esperanza en este opaco contexto, es una industria cuya base es precisamente el talento, y como tal, lo valora. Un mercado en crecimiento, con una gran demanda por personas calificadas que trasciende fronteras, con la enorme ventaja, además, de que aprender a programar, a diseñar productos digitales o a analizar data, puede tomar meses en lugar de años. No será fácil, pero creo que, si desde el sector privado apostamos por invertir en formar a más jóvenes para trabajar en la economía digital, no tardaremos en ver el impacto.
Imaginemos una realidad donde jóvenes como la de esta historia no pierden las esperanzas porque encuentran lugares de calidad y accesibles donde construir las habilidades digitales que el mercado demanda. Que tras menos de un año estudiando, consiguen empleos que triplican el sueldo mínimo, en empresas locales y globales que invierten en su capacitación continua porque el talento es la base de su negocio. Que avanzan en carreras que impulsan todo su potencial, crecen en ingresos, y construyen servicios y productos que a su vez traen innovación y crecimiento a nuestra economía.
Suena atrevido, pero muchos creemos que es posible. Es hora de intentarlo.
Artículo originalmente publicado en El Comercio, Perú