Mi nombre es Fiorella Effio, soy estudiante de Laboratoria en Lima, y creo que cuando quieres hacer tus sueños realidad, no existen obstáculos que puedan sacarte del camino.
Hace más de 4 años comencé a estudiar matemática pura en la Universidad de San Marcos. Me gustaban las matemáticas pero no me apasionaba lo que veía en la carrera. El ambiente y los profesores no me inspiraban nada, hasta que me tocó llevar dos cursos de programación. Recuerdo que teníamos que programar en C++. Ese fue mi primer lenguaje. En aquel momento me enamoré del código, no importaba cuántos ejercicios me dejaran, siempre quería terminarlos todos.
Empecé a sentir mucha pasión, gracias a la profesora que me enseñó el curso. Me sentía identificada con su dedicación y la motivación que nos transmitía a cada uno de sus alumnos. Aunque el segundo curso no estuvo a su cargo, me quedé con sus ganas, energía y decidí meterme a grupos de programación.
Al principio era difícil acostumbrarme a la idea de aprender por mi cuenta. Venía de un colegio estatal y la mayor parte del tiempo quien tenía el control del aprendizaje eran los profesores. Para ese entonces mi chip me decía que era casi imposible aprender sola todo lo que deseaba.
Dos años después me convertí en mamá. Debo admitir que desde ese momento, especialmente después del parto, nada fue fácil. No había acabado la carrera y tuve que lidiar con comentarios malintencionados y desalentadores de familiares y amigos y a pesar de tener gente a mi lado, muchas veces me sentía sola.
Antes de tener a mi hijo, la gente no me juzgaba, no me subestimaba (bueno, a veces sí por ser mujer, pero eso jamás me detuvo). Cuando me volví madre, el mundo (o la sociedad) me hicieron sentir débil y desprotegida.
Por naturaleza, criar un bebé no es sencillo, pero si a ello le sumas que quienes más quieres te carguen mentalmente con sus prejuicios por haber sido madre joven, es mucho más difícil. Sabía que no era ni la primera ni la única y tampoco sería la última. Lo que me ayudó en ese tiempo fue leer historias de mujeres que habían pasado por la misma experiencia. Cada vez que leía un nuevo relato me sentía más humana e imperfecta. Me permitía liberarme de toda esa carga.
Los primeros meses de mi bebé fueron realmente agotadores y llenos de miles de emociones, tanto de alegría como tristeza. Alegría, porque veía con otros ojos la vida. Me sentía maravillosa de haber dado vida. Admiraba cada parte del pequeño cuerpo de mi hijo y de sus avances cada día. Me veía reflejada en él. Y sentía tristeza porque era la única que observaba todo desde esa perspectiva. Notaba que era la única emocionada por todo lo que descubría junto a mi bebé. No entendía cómo el mundo era tan hostil con algo tan increíble y poderoso como la maternidad.
Fuente: Laboratoria. Fiorella y su hijo Mateo
Pasaron los meses. Mi hijo crecía y con él mi amor. Crecían todas esas ganas de presenciar cómo él aprendía y descubría el mundo, pero a la vez aumentaba la incertidumbre de jamás lograr lo que algún día soñé. De hecho, mi padre me dijo alguna vez: “Cuando tienes hijos, tus sueños ya no son tus sueños, tus sueños son tus hijos”. Con esa frase me aseguraba que lo único que me quedaba por hacer era ver mis sueños reflejados en mi hijo cuando se hiciera adulto. Sin embargo, no lo acepté. Si deseara que mi hijo persiga sus sueños, debía demostrarle que yo también iba perseguir los míos. Es así como a pesar del cansancio, siempre buscaba tiempo para hacer lo que me apasionaba: la programación.
Recuerdo que postulé a Laboratoria cuando Mateo, mi hijo,tenía apenas 5 meses, pero no me aceptaron. Por un momento pensé que no era lo mío. Pero otra vez quise darle la contra y decidí seguir por mi cuenta. Fue así como un día vi en el Facebook de una amiga cercana que estaban haciendo un concurso para programar y me presenté. Los que ganaban al final recibían un curso online. Gané y gracias a ello nuevamente reforcé la idea de que amaba programar.
Entonces se abrió una nueva convocatoria para ingresar a Laboratoria. No lo dudé ni un segundo. Pasé la etapa de examen y fui a la entrevista súper nerviosa. Como les comentaba, los dos últimos años habían sido muy difíciles para mí. Mi autoestima estaba el suelo y creía que iba a fallar totalmente en la entrevista. Sin embargo, fui sincera y hablé de lo que me gustaba. La verdad, no le he preguntado a Bea (la psicóloga que me entrevistó) sobre la impresión que le di, pero me llamó para la siguiente etapa y luego de una semana de pre-admisión ya estaba dentro.
Entrar a Laboratoria cambió mi vida por completo. No fue de la noche a la mañana, claro. Ya llevo 5 meses aquí y al principio es un poco difícil dejarse llevar por la metodología y cultura que ellos mantienen en el equipo, pero me abrí humildemente a aprender todo lo que podía.
Empecé este reto con mucho miedo. Miedo de no lograr terminar por falta de tiempo, miedo de equivocarme, miedo de no cumplir con los requerimientos del programa, miedo a todo sumado a que emocionalmente me sentía fatal. Sin embargo, ingresar a Laboratoria fue un logro para mí porque era el primer paso de todo. Yo sentía que no lo iba a realizar porque no confiaba en mí, porque soy mamá y me había creído todo lo que la sociedad a veces dice sobre las madres, que los niños no te dejan hacer nada. Miren este video.
Mi motivación más grande, definitivamente, es mi hijo. Pero otra motivación muy fuerte para mí es el hecho de que, actualmente, muchas mujeres somos relegadas no solo por ser madres, si no muchas veces solo por ser mujeres. Cuando entré a Laboratoria comprendí que estaba siendo parte de este gran cambio que revolucionará nuestra sociedad. Las mujeres estamos siendo las protagonistas de muchas historias de esfuerzo y éxito, como aquí en Laboratoria en el campo de la tecnología.
Mi consejo para ti, mujer, mamá o no, es que jamás te rindas. A pesar de los comentarios, no dejes que te subestimen. Vales mucho. Por un momento yo me sentía perdida y que no valía nada. Dentro de Laboratoria descubrí de qué estoy hecha gracias a todas las mujeres con las que me identifico en este mundo. No te diré que no tengas miedo, pero sí te aconsejo que, aún con miedo, te atrevas a hacerlo.