«Imagina a unos hombres en una caverna. Se encuentran en ella desde su niñez, sujetados por cadenas que les inmovilizan de tal manera que solamente pueden ver lo que tienen delante. La luz viene de un fuego encendido detrás de ellos, entre ese fuego y los hombres hay un camino por el que pasan personas que llevan objetos de todas clases y proyectan sus sombras sobre la única pared que pueden ver los prisioneros.»
Platón, Alegoría de la Caverna.
Estos hombres aceptan como verdad y realidad lo único que han podido percibir durante sus vidas, las sombras.
Cuando un grupo nuevo de estudiantes llega al bootcamp de Laboratoria, nos permitimos el “lujo” de invertir 3 días completos en tener un espacio enteramente dedicado a compartir y conversar con ellas sobre la cultura y el modelo de aprendizaje que proponemos.
¿Por qué necesitamos tanto tiempo para eso? Porque en Laboratoria no hay profesores, no hay clases dictadas, no hay cursos o materias, no hay pruebas ni exámenes estandarizados, y no hay notas o calificaciones tradicionales. Si bien esto no es tan “único” o “especial” como pareciera, sí es muy infrecuente en la experiencia previa de la mayoría de nuestras estudiantes (y de nuestro propio equipo). Por eso necesitamos comenzar un proceso de desaprendizaje intensivo que facilite su adaptación a un contexto incierto, ambiguo y complejo: el aprendizaje como lo entendemos.
A la gran mayoría de nosotros y nosotras nos “educaron” para seguir instrucciones, a callar mientras un profesor hablaba y hablaba, a memorizar, sin saber por qué ni para qué, una lista de cosas que debíamos responder en un examen que cuantificaba nuestro “conocimiento” y que nos clasificaba en un ranking de mejores y peores alumnos, no estudiantes ni aprendices, “alumnos”, comparándonos a todos y todas como si fuéramos ladrillos idénticos; una atroz negación de nuestra inmensa diversidad de personalidades, preferencias, motivaciones, curiosidades y ritmos. Nuestros talentos individuales quedaron, muchas veces, ocultos para siempre por estar “fuera de la norma”.
Ese eficaz entrenamiento para tener una actitud pasiva y carente de autonomía, resulta perfecto para trabajar en la jerarquizada y previsible era industrial del s XIX y parte del XX pero no para contextos de incertidumbre y cambio- como el trabajo actual.
Estas semanas hemos visto cientos de capturas de pantalla de “clases” remotas y también innumerables reclamos de estudiantes y padres de familia sobre los precios y condiciones de esta “nueva educación”: ¿por qué pagar lo mismo por un servicio una educación “inferior”?, ¿van a memorizar aprender mis hijos e hijas la misma cantidad de información conocimiento que antes?, ¿cómo quedarán los rankings de las estandarizadísimas pruebas PISA?
Así, gran parte de la discusión se ha centrado en el formato, y en la eficacia del “soporte” de la educación a distancia pero muy poco respecto a un modelo de educación que es anacrónico por su propósito y no por si es presencial o remoto, ni por la tecnología que utiliza.
Algunas modestas reflexiones sobre lo que podemos desaprender mientras estamos encerradas y encerrados en casa.
En uno de sus libros, Roger Schank cuenta que siempre pregunta a sus interlocutores por la ecuación de segundo grado o cuadrática. La mayoría no tiene ni idea a pesar de que tuvo que aprenderla para completar la secundaria. ¿Cuántos presidentes, ríos, valles o elementos de la tabla periódica tuviste que memorizar aprender y no recuerdas prácticamente nada?, ¿cuántas buenas o malas calificaciones obtuviste?, ¿cuánto te sirvió en la vida realmente? No estoy diciendo de ninguna manera que ese conocimiento sea inútil, solamente me pregunto si es "suficiente", si el enfoque para decidir cuánto de eso es importante aprender, cómo y cuándo se aprende, y cómo se evalúa tiene acaso algún sentido “actual”.
Esto es lo primero que deberíamos desaprender, el entendimiento de para qué sirven las escuelas y otras instituciones educativas ¿Para qué ir a la escuela si todo lo que ahí memorizamos lo podemos adquirir hoy sentados en el baño casa con un teléfono en la mano? Ah, sí, vamos para que nos clasifiquen en un ranking, basado en promedios, según el cual sabremos con certeza qué hacer con nuestras vidas y para siempre: si ser mecánico/as, pintore/as, médico/as, abogado/as o jardinero/as. La educación tradicional quedó desconectada de la realidad y no nos prepara como individuos para la vida adulta y laboral.
¿Por qué no podemos pensar en un modelo de aprendizaje enfocado en habilidades para la vida y que, dentro de ese objetivo, se enmarque el conocimiento más “académico”, y no al revés?
¿No es obvia la necesidad que tenemos de aprender muchas cosas “no académicas” desde siempre?
Niños, niñas y adultos somos perfecta y naturalmente capaces de identificar nuestra curiosidad e interés, pensar sobre si somos capaces de entender y aprender algo, percibir las reacciones de los demás a nuestras interacciones mutuas (conciencia y luego autoconocimiento).
¿Por qué no podemos, desde niños y niñas, decidir activamente (o al menos participar en las decisiones) sobre lo que queremos aprender, cuándo y cómo lo queremos hacer?, ¿por qué tenemos que aprender todos y todas lo mismo a la misma vez?, ¿por qué no podemos aprender desde siempre a tomar decisiones conscientes y hacernos cargo de ellas?, ¿qué tiene de extraordinario que cada quien aprenda a su ritmo?, ¿no es parte de la vida saber lidiar con que tenemos habilidades diferentes?, ¿por qué no puede alguien de 45 años aprender sobre los reinos de la naturaleza y alguien de 8 sobre el derecho a la salud pública?, ¿no es la autonomía una habilidad esencial para vivir, y que deberíamos ejercitar tanto como podamos?
Nuestras redes sociales y aplicaciones de mensajería se han visto inundadas, no solamente de fake news, si no de idas y vueltas en “el saber” científico sobre el virus. Primero la OMS nos dijo que las mascarillas solamente servían para los enfermo/as, luego que mejor era que las usemos todos y todas; que solamente morían los viejo/as, luego que cualquiera; que no se transmitía por el aire, luego que sí; que el período de incubación duraba 14 días, luego 5, etc. ¿Qué clase de científico/as tenemos que “no saben” y no pueden planificar la batalla contra un virus que ni siquiera se considera “un ser vivo” (cosa que probablemente sea un error y lo corregiremos en un tiempo)?
En nuestro muy vigente modelo mental del s XIX (ni siquiera del XX), todo debe estar previsto, planificado y cuantificado. Cada quien debe tener “su lugar” en la línea de producción y cumplir una función que se pueda “medir”. Paradójicamente, esas ideas vienen del modelo de producción/gestión, mal llamado, “científico”. Lo triste es que así lo aceptamos, en silencio, obedientes, sin pensamiento crítico alguno de por medio.
Por primera vez en muchos años, estamos casi todos interesados en un fenómeno que nos afecta directamente y contamos con acceso a información como nunca antes. Tenemos la gran oportunidad de aprender de la verdadera ciencia y en tiempo real. La ciencia se mueve con un único motor: NO SABER. Navegar en incertidumbre y complejidad, cuestionar algo, averiguar, probar y fallar para aprender, colaborar con otros, etc. Ser testigos de este proceso es la gran oportunidad que tenemos para repensar algunos de nuestros paradigmas, ¿la estamos aprovechando?
Desde Laboratoria hablamos siempre de la capacidad de adaptación al cambio como una habilidad esencial para el trabajo. Estas últimas semanas lo hemos vivido aceleradamente, cambiando nuestro programa 100% presencial a 100% remoto y viéndonos obligados y obligadas a desaprender sobre lo que creíamos “irremplazable” del modo presencial.
Después de los primeros días de caos, nuestro principal objetivo ha sido mantener la calidad del aprendizaje de nuestras estudiantes. El enfoque fue siempre adecuar los medios y herramientas a nuestro modelo y no viceversa. Hubiera sido fácil (y barato) cambiar a un modelo que se base en hacer horas de clases dictadas “online”, tomar exámenes sobre lo memorizado, etc. y renunciar así a nuestra propuesta de aprendizaje activo, mediante proyectos, cada quien a su ritmo, con acompañamiento individual, autoevaluación y reflexión constantes.
Nuestro modelo de aprendizaje se fundamenta en el desarrollo de habilidades transversales para el trabajo actual, y no únicamente en el “conocimiento” y habilidades técnicas. Priorizamos aprender a aprender, trabajo en equipo, autonomía, etc. porque queremos que el nuestro sea un programa de transformación y no solamente un bootcamp de UX Design o Front-end development.
Hoy estamos lidiando, estudiantes y equipo de Laboratoria, con el enorme esfuerzo que significa estar muchas horas al día pegado/as a una pantalla, tratando de superar el “se me colgó”, “no escuché bien”, etc. Vivimos la dificultad que tiene un modelo en el que la interacción personal constante es esencial, para pasar a una forma de comunicación en la que se pierde parte de la riqueza del lenguaje no verbal.
Por otro lado, la “limitación” de tener que estar geográficamente presentes ya no es tan importante. Es irrelevante si una estudiante de Guadalajara recibe ayuda de una coach local, de Santiago de Chile o de Bogotá, y por lo tanto, somos mucho más flexibles en el uso de nuestras habilidades individuales porque podemos distribuirlas mejor. También, tenemos una imperiosa necesidad de seguir mejorando los instrumentos con los que recolectamos datos para analizar y tomar decisiones, la situación nos lo exige y lo vemos como otra oportunidad.
Tenemos una renovada convicción de la relevancia que tienen las habilidades que elegimos priorizar en nuestro programa, y de no claudicar a nuestro modelo por restricciones “operativas”. Necesitamos compartir, desaprender y aprender con otras y otros que sienten esta misma inquietud de mirar hacia fuera de la caverna.